Las instituciones democráticas españolas gozan hoy día de un espectro político más rico que el antaño conocido como bipartidismo. Esto ha dado lugar a una arena política más agresiva, en la que muchos partidos con representación, e incluso sin ella, se baten acusándose unos a otros de cuales quiera fechorías, dejadez e intolerables irresponsabilidades.
El tiempo pone a cada uno en su sitio y, al final, siempre se acaba sabiendo quien vive de acusaciones vacías, medias verdades y puro espectáculo, y quien o quienes se han dedicado a cumplir su deber, pues un representante se debe ante todo a las personas que han puesto su confianza en él. Por ello, no caben las palabras en el lugar de los hechos.
Partiendo de tales premisas, las juventudes de los partidos políticos, en su inmensa mayoría, son actualmente un buen altavoz de lo que ladran los que llevan el cotarro. A diferencia de lo que muchos piensan, sus tareas van más allá de pegar carteles cuando llegan las elecciones. A lo largo de la legislatura, deberán difundir y defender a ultranza lo que cualquiera de los cargos del partido quiera o diga. Esta función es la de antena repetidora. Sin embargo, al margen de que afiliados y simpatizantes del partido y miembros de las juventudes puedan defender a título personal diferentes posturas de su grupo, estas asociaciones juveniles merecen una gran crítica y, sobre todo, un cambio de rumbo.
Las juventudes de un partido político no aspiran a gestionar ningún tipo de administración pública, no es esa su función y, en consecuencia, no son útiles a la misma, por muchos carteles que hayan pegado. Es más beneficioso para todos hacer valer a pie de calle los principios del partido que defenderlos en redes sociales. El idealismo que nos caracteriza a los jóvenes debe brindar a unas juventudes ese carácter idealista que muestre la faceta más pura de un partido político.
La juventud es el futuro que contribuye al presente. Por ello, la utilidad social de una asociación juvenil de este tipo debe ser clara y latente. Esa es la forma de dar rienda suelta a nuestras creencias, nuestros principios, nuestra forma de entender el sistema o lo que este debería ser. Estamos aquí para poner nuestro granito de arena en pro de una sociedad mejor. No representamos a los votantes sino a los que ven en el derecho al voto una oportunidad para cambiar las cosas.
Las juventudes deben concienciar a los jóvenes de que la vida en sociedad se basa en la convivencia de los unos con los otros. Y convivir es algo más que disfrutar mi libertad sin molestar a los demás. Convivir es ayudar.
Por ello, sólo ayudando al que más lo necesita, llegaremos a complementar desde las juventudes la labor que cualquier partido político pueda desempeñar en su arena. Es la única forma de servir a la sociedad sin, por ello, ser legisladores más que de sus propios Estatutos.
En conclusión, siempre al margen de la actividad propagandística, no sólo hay otra función ideológica compartida con el partido. También existe la búsqueda de la utilidad social como fin del asociacionismo juvenil político. Un fin que, como la gestión de cualquier partido, es lo que acaba transformando en hechos cualquier puñado de palabras.
Siendo MC un partido de bases, representante de los anhelos de la sociedad y trasunto político de ésta, no se demanda a los jóvenes pegar carteles o forofismo, sino que se abre un espacio de trabajo y conocimiento para adquirir formación, ofrecerla a la sociedad y ser útil a ésta a través de acciones concretas apartadas del juego político y la participación de la sociedad de la que individualmente y, como partido, formamos parte.