Por José López Martínez, secretario general de MC Cartagena
Hoy, a escasos días de celebrarse la concentración organizada por la sociedad civil para reclamar la restauración de Santa María la Mayor, creo que es el momento menos malo, propicio no lo será nunca al entender de algunos, para manifestar públicamente lo que anida en mi corazón de católico, de procesionista, que no cofrade, y de cartagenero, en relación a asuntos que competen a nuestra ciudad, a nuestra iglesia, a nuestra tradición y a nuestras Cofradías de Semana Santa.
Conocido es por recurrente, puesto que desde hace setecientos años sucede, que desde que el excomulgado Obispo Magaz y su también excomulgado acólito Sancho IV trasladaran de manera ilegal la silla del Obispo de Cartagena hacia la ciudad de murcia, basándose en una falsa bula papal y a las supuestas incursiones berberiscas, no han o hemos dejado de denunciar, por la parte que nos toca, este traslado y lo que el mismo supuso para el crecimiento de una ciudad y el abandono de otra por parte de la autoridades eclesiásticas, dando como resultado cosas tan dispares como la creación de su Universidad al amparo de la Iglesia. Si todo hubiera seguido su curso legal, ésta se hubiera creado en Cartagena; la construcción de una concatedral al tiempo que se abandonaba la primigenia; la construcción de iglesias parroquiales por todo su término municipal, frente a la concentración de todas las parroquias de Cartagena en una sola, la de Santa María de Gracia, con el fin de evitarse el obispo tener que mantener más parroquias en nuestra ciudad al tiempo que recaudaba el diezmo de cuantas cofradías de artesanos, pescadores o mineros entregaban para el mantenimiento de la Iglesia. Y así, hasta el paroxismo huertano o hasta nuestros días, que es lo mismo.
Quiero centrarme en uno de los cabildos cofrades a los que pude asistir con carácter previo a la pasada Semana Santa. Como es preceptivo, comenzamos elevando una oración al Altísimo, con ánimo y fin de poner a todos los hermanos cofrades en comunión, para que desde esa unión y el cariño que los “hermanos” deben profesarse, la citada reunión y los días posteriores en donde todos tenemos que aportar el máximo en nuestros respectivos puestos para mayor lucimiento de nuestras cofradías, pero sobre todo, para mayor Gloria y Honra de Nuestro Señor Jesucristo, trascurran de la mejor de las maneras.
Y hasta aquí todo bien, pero como quiera Dios escribir derecho con renglones torcidos, allí que nuestro querido capellán cita unas palabras del infalible Santo Padre, en las que, de manera taxativa, nos indica que La Iglesia es tradición. Me mordí la lengua por obligación, porque aunque era el sitio, no era el momento de emprender esta cuita. Podía traer a estas líneas temas tan mundanos como el olvido sistemático por parte de la autoridades eclesiásticas del mantenimiento de nuestras parroquias, cuyos párrocos hace tiempo que se echaron a la calle para recaudar más diezmos de los feligreses y evitar que diezme el caudal de ‘La Carthaginensis’, que así es como se llamaba a nuestro Obispado desde su creación.
De tal modo que vemos cómo unos piden para tener una espadaña con la que poder llamar a misa o a arrebato, otros para quitar goteras, para asear fachadas o para ser totalmente reconstruidas como el caso del epicentro de la Semana Santa de Cartagena ‘Santa María de Gracia’, o para reconstruir instalaciones anexas a la Basílica de La Caridad.
Pero voy a aparcarlos de momento para responder a un órdago a La Mayor, que es lo que han venido haciendo cuantos príncipes de la Iglesia hemos tenido como pastores en nuestro desdichada Diócesis, salvo honrosa excepción, pues es a Santa María de España, también conocida como Santa María ‘La Mayor’ a la que se empeñan en envidar los sucesivos obispos, no encontrando apenas una respuesta certera de quienes por sus cargos deberían haber revertido esta situación hace siglos.
Éstos no son otros que los principales dirigentes de nuestras cofradías de pasión y gloria, es decir, sus Hermanos Mayores o mejor, mis Hermanos Mayores, pues así se llaman y como tales se les respeta, contra lo cual solo se puede esperar que mis hermanos mayores me respeten a mí, nos respeten a todos sus hermanos menores y se comporten como verdaderos valedores de sus indefensos hermanos por un lado y, por otro, como adalides para que las instituciones que gobiernan no se separen, o lo hagan lo menos posible, del mensaje de Cristo. Véase, que no digo aquí del mensaje de la Iglesia, pues sabido es que la Iglesia Católica está formada por hombres y como tales imperfectos, pecadores y a veces partidarios.
Y es aquí cuando enlazo uno de los muchos discursos del Papa Francisco donde, al igual que otros Santos Padres, aseveran “ex cátedra” (sin lugar al error) que la Iglesia es tradición, y lo que aconsejaba a los miembros del Instituto Pontificio Juan Pablo II para que fueran buenos pastores y buenos teólogos en 2016: “No olvidemos que también los buenos teólogos como los buenos pastores tienen olor de pueblo, de camino y con su reflexión derraman aceite y vino en las heridas de los hombres”. Porque “Teología y Pastoral van juntas”, como es “impensable una pastoral de la Iglesia que no haga tesoro de la Revelación y la Tradición”.
Pues claro que es tradición. Faltaría más. De no serlo deberíamos sustituir las vidrieras por pantallas de vídeo, las procesiones por seriales de los que se pueden ver cuando y donde se quiera desde nuestro dispositivo móvil y no daré más ideas no sea el demonio…
Si la tradición ha servido para que todo este tinglado socioeconómico funcione como para cotizar en bolsa y los pequeños inversores llamados feligreses y cofrades lo hemos dado por bueno, es justo pedir que cuide esa tradición a quien es su máximo exponente en nuestra diócesis de Cartagena, su Obispo.
Y como la tradición feligrés se cruza públicamente con la cofrade durante días de cuaresma y de procesiones, justo es también pedir a los máximos responsables de ésta que medien, que tercien o llegado el caso que molesten al estamento clerical para exigirle, sí, exigir a nuestro Obispo, que ya está bien de mendigar cuando somos nosotros los que aportamos el diezmo, que inicie de inmediato la restauración total y su apertura al culto de la Catedral del primer obispado de España, el que cedió su primacía a Toledo para que de la conjunción de Iglesia y Corona naciera lo que hoy conocemos como España.
Y hacerlo bajo advertencia de desobediencia hacia su figura si no lo hace, aderezando este aviso con la retirada de cualquier invitación a acudir a la sede de la Diócesis para presidir ningún acto religioso, además de trasladar con sonoro estrambote la enquistada cuita al Santo Padre, a ese Papa Francisco que tan poco amigo es de los príncipes aunque éstos sean príncipes de la Iglesia y que tantas veces cita a la tradición como hilo conductor de la revelación en el tiempo del mensaje de Cristo.
Lo que aquí pido a mis Hermanos Mayores ya sucedió en el año 1773, cuando los ilustrados cofrades del momento no consintieron que un obispo exógeno quisiera poner coto a las cofradías y a su labor, criterio y autonomía, dando como resultado la negativa a sacar ese año los desfiles procesionales a la calle, algo que de motu proprio o con el impulso de superiores instancias, hizo al obispo morderse la lengua en las posteriores ocasiones.
Hoy, por desgracia, y con el debido respeto y consideración que tengo hacia nuestros Hermanos Mayores, estamos huérfanos de los cuidos que Cartagena y su tradición católica se merecen. Yo, desde aquí, les digo que la razón de su cargo no es solo el sacar desfiles a la calle, eso lo hacen otras muchas instituciones durante todo el año. Están para hacer pública profesión de fe y del mensaje de Cristo, algo que parecen olvidar tras la cortina del sometimiento a quien mantiene esta injusticia y, por tanto, son corresponsables de lo que sus hermanos menores sufren, por su culpa, por su culpa, por su gran culpa.